viernes, 1 de febrero de 2008

Panorama desde el puente



Editorial del numero 14 del Boletin EL PUENTE
mayo 2007

En el momento de comenzar las clases de este año del Centro de Investigación y Docencia Corrientes-Chaco, a partir un exhaustivo programa de dos años de duración basado en el Seminario La angustia de Jacques Lacan valen algunas observaciones.


Presentar como tema de enseñanza a la angustia es
sostener la validez de la misma en la clínica. La angustia,
entre otras definiciones que Lacan da en dicho seminario,
es un afecto, es un signo del deseo, es una señal de
lo real, por lo tanto puede ser clave para escuchar la
demanda de un sujeto en la clínica. Pero también hablar
de angustia -estudiar, investigar- es posicionar a los analistas
frente a las manifestaciones actuales de ese afecto,
escucharlo en los diferentes síntomas del presente -y
también estudiar cómo se presentaba en la victoriana
época de Freud. Inclusive el programa nos invita a ir más
allá, a las certidumbres y preguntas que la filosofía construyó
al respecto y cómo la abordan las psicoterapias en
el presente.


Sin embargo, como analistas, no puede faltar la pregunta
sobre la función del analista en la cura, en este
caso la angustia de los analistas en la clínica, tal como
Lacan la plantea, por ejemplo, en El triunfo de la religión,
de reciente edición)

Uno de los motivos por los cuales el psicoanálisis es
burdamente criticado porque es, justamente, una disciplina
capaz de armar un programa de estudio serio sobre
la angustia, y no un "programa de reeducación clínico"
para todos - o programa de adaptación del sujeto - que
cuenta con el beneplácito de las prepagas y que es
supuestamente objetivable con tests de evaluación.

Un programa de estudio sobre la angustia, sobre la
inefable e inevitable angustia, sin los eufemismos que
tanto complacen a los sentidos, ya sean sensoriales (los
provenientes de la conciencia y promovidos por las llamadas
terapias alternativas, la autoayuda), sean religiosos
(insisto con la lectura de El triunfo de la religión) o de
las psicoterapias, como las TCC (leer un artículo de Germán
García, El psicoanálisis y las terapias milagrosas, en
la web de la Fundación Descartes) que se adscriben a
cierto discurso científico, al discurso científico conveniente,
el que no tiene en cuenta que la ciencia ha descubierto
el principio de incertidumbre en ella misma
(Ricardo Forster, Observatorio Siglo XXI).


La clínica psicoanalítica ofrece un dispositivo para esa
inefable angustia y sostiene una escucha que, muy posiblemente,
aportará un saber al sujeto sobre ese sin-sentido,
un saber que no lo puede transferir a otro, un saber
sobre, seguramente, el goce de sus síntomas y de su
modo de vivir.


Esa imposibilidad de transferir ese saber
a otro es lo que llamamos la clínica de lo singular y es lo
que diferencia al psicoanálisis de otras psicoterapias.
Por ello mismo el psicoanálisis es criticado, por vérselas
con ese sufrimiento humano, al que Lacan llamó
goce, que no puede entrar en los standars de evaluación
(tests preconcebidos para dejarlo afuera) aunque ingrese
bajo la forma de fracaso del tratamiento por los psicofármacos.

Decimos que no puede ser evaluado porque se
trata de algo que no entra en la dialéctica de la relación
intersubjetiva como elemento significante, sino como eso
del Uno de cada sujeto, y que por eso mismo no hay sujeto
que no lo habite.

A mi modo de ver, no se trata que las otras terapias no
lo concozcan, insisto, les retorna en su clínica como fracaso
por retorno del síntoma, o como adicción al psicofármaco
o como efectos indeseables o inoperancia de los
psicofármacos. Se trata de otra ética frente al que
demanda una cura.

La ética del psicoanálisis es la que dice que el sujeto
no ceda en su deseo y que el analista no ponga en juego
su saber para evitar los atrapamientos imaginarios–
milagrosos – de la cura y que el sujeto sea conducido a
lo real de su síntoma. Se trata de una eficacia pero no de
la del mercado precisamente.

Luis Polo